Citada por Plinio el Viejo allá por el siglo I d.C. como “Corticata”, la isla de Cortegada es hoy la joya de la corona de la oferta turística medioambiental de Vilagarcía de Arousa. Perteneciente al Parque Nacional de las Islas Atlánticas de Galicia, junto a Cíes, Sálvora y Ons, el archipiélago formado en torno a Cortegada es el de menor extensión de todo el Parque, apenas 190 hectáreas de las que únicamente 43,5 son terrestres, que a su vez se dividen en cuatro partes: además de Corticata, las islas Malveiras, Briñas y el islote de O Con.
Pese a ser la pequeña de la familia, es, sin embargo, la más accesible y en cualquier época del año. Esto es posible porque, frente a las demás, que protegen la entrada a sus respectivas rías –Cíes a la de Vigo, Ons a la de Pontevedra y Sálvora a la de Arousa-, Cortegada está al fondo de esta última, en plena desembocadura del río Ulla y apenas separada doscientos metros del puerto de Carril.
Una distancia que, además, en marea baja puede recorrerse a pie, a través del peculiar “camiño do carro” (camino del carro), llamado así porque, en efecto, era la senda que marcaban los carromatos que venían desde Padrón a recoger algas para convertirlas después en abono (y de ahí derivó, también, el nombre de la villa y puerto de Carril).
Sus características geográficas y sus circunstancias históricas confieren a la isla unas cualidades únicas, tanto desde el punto de vista medioambiental como etnográfico.
Restos arqueológicos y documentales demuestran el paso de los romanos por este territorio, del mismo modo que de los normandos que subían por el río en busca de los tesoros de lo que ellos llamaban Jacobsland. Hoy desierta, tras su fallida donación al rey Alfonso XIII en 1907 para que en ella estableciese un palacio de verano, la isla estuvo sin embargo habitada desde la época medieval, en la que fue de dominio del monasterio de San Martín Pinario, en Santiago
Del siglo XVII data una ermita dedicada a la Virgen de los Milagros y también un hospitalillo que daba cobijo y asistencia tanto a los colonos como a los peregrinos que, como los vikingos, también viajaban a Compostela, aunque con objetivos bien distintos. Hoy, la ermita -luego convertida en iglesia gracias al arzobispo Fernando de Andrade, un vilagarciano nacido en el pazo de Vistalegre con gran devoción por la virgen de Cortegada- no es más que una ruina en proceso de restauración. En el mismo estado se encuentran los restos de las viviendas de los colonos, los hórreos comunitarios, las cuadras para los animales y la mina de agua.
Aunque hay proyectos para recuperar o consolidar algunas de esas edificaciones, se trata, en cualquier caso, de restos que nos hablan, y mucho, de cómo se conformaban los núcleos marineros. Hoy, Cortegada es, como alguien lo ha definido, un bosque flotante, pero hace poco más de cien años la mayor parte de su territorio estaba cultivado, incluso con viñedos. También había animales que, junto con la explotación de los recursos del mar, definían la economía del lugar, hasta convertirla en un microcosmos autosuficiente.
Del siglo XVII data una ermita dedicada a la Virgen de los Milagros y también un hospitalillo que daba cobijo y asistencia tanto a los colonos como a los peregrinos que, como los vikingos, también viajaban a Compostela, aunque con objetivos bien distintos. Hoy, la ermita -luego convertida en iglesia gracias al arzobispo Fernando de Andrade, un vilagarciano nacido en el pazo de Vistalegre con gran devoción por la virgen de Cortegada- no es más que una ruina en proceso de restauración. En el mismo estado se encuentran los restos de las viviendas de los colonos, los hórreos comunitarios, las cuadras para los animales y la mina de agua.
Aunque hay proyectos para recuperar o consolidar algunas de esas edificaciones, se trata, en cualquier caso, de restos que nos hablan, y mucho, de cómo se conformaban los núcleos marineros. Hoy, Cortegada es, como alguien lo ha definido, un bosque flotante, pero hace poco más de cien años la mayor parte de su territorio estaba cultivado, incluso con viñedos. También había animales que, junto con la explotación de los recursos del mar, definían la economía del lugar, hasta convertirla en un microcosmos autosuficiente.
Naturaleza e historia, mitos y leyendas convierten la visita a la isla de Cortegada en algo ineludible. Siempre bajo la atenta mirada del árbol comepiedras. Que también lo hay.