Aunque Vilagarcía de Arousa es una ciudad relativamente moderna –su actual configuración se gestó fundamentalmente en la segunda mitad del siglo XX- no por ello deja de guardar rincones que reflejan su enorme pasado, puesto que se fundó a mediados del siglo XV.
A esto hay que añadir un hecho diferencial que la distingue de otros municipios: en realidad, Vilagarcía de Arousa es un 3×1, pues no fue hasta 1913, hace apenas cien años, cuando se unieron tres antiguos municipios –Carril, Vilagarcía y Vilaxoán- para conformar el actual, sobre una base geográfica de inequívoca evocación medieval: Arealonga, la “arena larga” .
Entre finales del XIX y XX se llegaría a conocer como la “Concha de Arosa”, en claro paralelismo con la bahía de San Sebastián, a la que llegó a disputar su puesto como centro de veraneo de la realeza. El resultado de todo ese proceso está hoy a la vista: tres villas, tres puertos, casi tres formas de ser. Y eso merece la pena conocerlo.
La Ruta Histórica se convierte en un imprescindible para imbuirse de lo que significa hoy Vilagarcía de Arousa.
A través de once paradas y catorce paneles, el viajero podrá caminar por calles y plazas hoy peatonalizadas. Comenzará, si quiere, por la plaza de Ravella, donde está una casa consistorial levantada a finales del siglo XIX emulando a los viejos palacetes franceses. En frente, un jardín también centenario con plátanos de gran porte. Siempre a pie, la ruta continúa hasta la plaza de la Independencia, la antigua plaza del Mercado y sede en su día del rollo jurisdiccional o picota, que nos recuerda que en ese mismo lugar el pueblo de Vilagarcía fue el primero de Galicia en levantarse contra la invasión francesa, en 1808.
A continuación, la plaza de España, igualmente con árboles centenarios y frente a la iglesia parroquial, desde donde salía un puente de piedra –hoy convertido en calle peatonal- que unía el templo con el conjunto de Vistalegre, declarado monumento histórico y formado por un convento, una iglesia y un pazo que vieron nacer a un arzobispo de Santiago y un virrey del Perú.
Desde Vistalegre y un agradable paseo se llega al Castro de Alobre, cuna de la ciudad y uno de los yacimientos arqueológicos más importantes del Noroeste peninsular. En su falda se halla el parque botánico de Enrique Valdés Bermejo, creado en los años 30 del siglo XX por el duque de Terranova, que hizo traer especies de varios países del mundo.
Desde el parque seguimos hacia la plaza de abastos, un singular edificio de 1929, ejemplo de la arquitectura regionalista de entonces, situado al pie del río y enfrente del pazo de Vistalegre. La plaza es visita obligada para los sentidos. Mar y montaña en estado puro. Después, y a un paso, el antiguo y originario Barrio de O Castro, llamado así por su cercanía a Alobre y porque ahí estuvo el origen de la villa, cuando el fundador, García de Caamaño, a mediados del siglo XV ayudó a los pescadores a construir sus primeras casas para asentar la población, dando así lugar a Vila-García.
Aquí aún se pueden ver algunos ejemplos característicos de la arquitectura de los pescadores, las llamadas casas “del pincho”. Muy cerca, casi como no podía ser menos, la Plaza de la Pescadería, un notable edificio de la arquitectura del hierro del siglo XIX, que hoy acoge los más diversos eventos culturales, además de la oficina de turismo.
Poco después, la Alameda, el lugar de encuentro por excelencia y símbolo de lo que fue otra Vilagarcía pegada al mar. Y desde la Alameda, casi sin solución de continuidad, las calles de Valentín Viqueira (la antigua calle del Comercio) y A Baldosa (otrora, la plaza de la Verdura), hoy llenas de establecimientos hosteleros y sus correspondientes terrazas. Dos lugares para ver y ser vistos y digno colofón a una ruta que nos habrá llevado por el ayer y hoy de la ciudad.